Ya me cansé de postear sobre el impuesto a las ganancias, la evasión y la reforma tributaria. Y no porque no mida. Pero ayer tuve una grata experiencia que quiero compartir con ustedes.
Aquellos bloggers que viven o trabajan en la Reina del Plata y comparten conmigo el placer de viajar en subte al trabajo, habrán visto que desde hace un tiempo recorren los vagones un par de chicos con un enorme canasto repleto de productos de panadería caseros.
El viernes pasado, sabía que en casa no quedaban provisiones, mucho posteo, poca visita al Coto. Sí, ya sé, no me digan nada, el e-shopping no me gusta. Y entonces, me tiento y les compro a mis nuevos amigos una bandejita de palmeritas. Resultaron buenísimas, en casa se las devoraron al toque.
Ayer, 9.15 a.m. tomé el subte como todos los días. Y otra pareja de chicos panaderos recorría los vagones, llevando el enorme canasto con cosas ricas. Estos eran más organizados, el más grande se adelantaba y promocionaba sus productos contando quienes eran. Los chicos forman parte de una granja de recuperación de adictos de alguna congregación religiosa cuyo nombre no recuerdo. El proyecto tiene como uno de sus puntos fuertes, que los pibes trabajan en una panadería. Fabrican toda clase de cosas ricas y luego las salen a vender para recaudar fondos que financien la granja.
Cuando el más chico se me acerca arrastrando el enorme canasto, pispeo que no tiene palmeritas y se desarrolla el siguiente dialogo.
Panadero chico: "Y capo, no quiere colaborar"
Musgrave: "A ver, vení. Te hago una pregunta. El otro día le compré a unos compañeros tuyos unas palmeritas buenisimas, esos alfajorcitos de maizena con dulce de leche son tan ricos como las palmeritas". Ustedes seguramente, tambien se habrán clavado alguna vez comprando alfajorcitos en kioskos, panaderías, etc...
Como sabrán, no sólo soy economista sino que soy prof. de economía, es decir tengo la cabeza un poco quemada. Muchos de ustedes habrán leído o estudiado acerca de la teoría de los juegos, el dilema del prisionero y el folk theorem. Para los que no, la idea es muy sencilla. La repetición de situaciones (juegos repetidos) genera un comportamiento distinto (óptimo socialmente) que la situaciones únicas (juegos de una sola jugada).
Una de mis formas favoritas de explicarlo, es comparar los incentivos y actitudes de los vendedores ambulantes contra los vendedores callejeros o comerciantes establecidos. Los primeros, habitualmente enfrentan situaciones únicas, juegos no repetidos. Por lo tanto, la teoría predice que el vendedor tiene incentivos muy fuertes a la no cooperación, resultado típico te vende biromes que no escriben, marcadores secos, pilas que no funcionan, etc. La razón es que el vendedor ambulante sabe que la probabilidad que el comprador lo encuentre nuevamente para reclamarle es mínima.
En cambio, si el vendedor callejero tiene un puesto fijo o es un comerciante instalado, la probabilidad que el comprador vuelva es muy alta, por lo tanto cumpliendo el teorema del folklore (no sé si hay otra traducción) predice que en este caso el incentivo a la cooperación es mayor y el resultado es que los productos que te vende son de mejor calidad porque él apuesta a su reputación.
Con todo esto en mi cabeza, yo esperaba que la respuesta del Panadero chico fuera del tipo "Si, capo quedate tranqui, los alfajorcitos son una masa, mejores que las palmeritas". Pero como me repite mi amiga Wynonna (quien prometió postear en breve), no todo se explica desde la economía tambien existen la cultura y el imperativo moral. La respuesta del amigo Panadero fue la siguiente.
-PC: "Ah, sí, las palmeritas, hoy no tenemos, mañana sí. Para qué le voy a mentir, capo, los alfajorcitos no son tan ricos como las palmeritas, no, la verdad que no".
Entonces, yo, descolocado al ver que una vez más la economía no es todo, le dije "Ok, dame unos bizcochitos de grasa y listo". Que estaban buenísimos y se los recomiendo a quienes vean a mis nuevos amigos los panaderos del subte.